Medellín, septiembre 9 de 2017.- El mensaje del Papa a los obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, seminaristas y sus familias, en Medellín, se extendió varios minutos porque Francisco se salió, en repetidas ocasiones, del discurso escrito, imprimiéndole un profundo sentido de cercanía y espontaneidad a sus palabas, suscitando aplausos seguidos de la nutrida asistencia.
El Papa exhortó a los consagrados a reaccionar adecuadamente ante las situaciones complejas. "Nos gustaría contar con un mundo, con familias y vínculos más llanos, pero somos parte de este cambio de época, de esta crisis cultural, y en medio de ella, contando con ella, Dios sigue llamando".
"A mí que no me vengas con el cuento, de que: ‘No claro, no hay tantas vocaciones de especial consagración, porque con esta crisis que vivimos…’. Eso ¿Sabés qué es? Cuento chino, ¿Clarito? Aún en medio de esta crisis Dios sigue llamando".
El Papa aseguró que los jóvenes captados por Jesús y sintiéndose parte de la comunidad se convierten en “callejeros de la fe”, son “felices de llevar a Jesucristo a cada esquina, a cada plaza, a cada rincón de la tierra”.
En su mensaje, invitó a los presentes a recordar, acompañar y pedir perdón por tantas “vidas de jóvenes truncadas, descartadas, destruidas” que son “engañadas y destruidas por los sicarios de la droga”.
“No tengamos miedo en esta tierra compleja, Dios siempre ha hecho el milagro de generar buenos racimos, como las arepas al desayuno. ¡Que no falten vocaciones en ninguna comunidad, en ninguna familia de Medellín!”, dijo el Pontífice.
Así como hizo énfasis en que “Dios no nos quiere sumidos en la tristeza y el cansancio, que vienen de las actividades mal vividas”, refiriéndose a la actitud de los consagrados y consagradas a la vida religiosa, también les insistió que su alegría debe ser contagiosa y tiene que convertirse en “el primer testimonio de la cercanía y del amor de Dios.”
Para ello, recalcó a sus receptores en el centro de eventos de La Macarena, sobre la necesidad de permanecer en Jesús, lo cual no significa solamente estar, “sino que indica mantener una relación vital, existencial, de absoluta necesidad; es vivir y crecer en unión íntima y fecunda con Jesús, fuente de vida eterna.” Y propuso tres modos de hacer efectivo este permanecer:
1. Permanecemos tocando la humanidad de Cristo: Con la mirada y los sentimientos de Jesús, que contempla la realidad no como juez, sino como buen samaritano; que reconoce los valores del pueblo con el que camina, así́ como sus heridas y pecados; que descubre el sufrimiento callado y se conmueve ante las necesidades de las personas, sobre todo cuando estas se ven avasalladas por la injusticia, la pobreza indigna, la indiferencia, o por la perversa acción de la corrupción y la violencia.
2. Permanecemos contemplando su divinidad: Despertando y sosteniendo la admiración por el estudio que acrecienta el conocimiento de Cristo… Privilegiando para ese conocimiento el encuentro con la Sagrada Escritura, especialmente el Evangelio, donde Cristo nos habla, nos revela su amor incondicional al Padre, nos contagia la alegría que brota de la obediencia a su voluntad y del servicio a los hermanos. Quien no conoce las Escrituras, no conoce a Jesús. Quien no ama las Escrituras, no ama a Jesús.
3. Permanecer en Cristo para vivir en la alegría: Si permanecemos en Él, su alegría estará́ en nosotros. No seremos discípulos tristes y apóstoles amargados. Al contrario, reflejaremos y portaremos la alegría verdadera, el gozo pleno que nadie nos podrá́ quitar, difundiremos la esperanza de vida nueva que Cristo nos ha traído. El llamado de Dios no es una carga pesada que nos roba la alegría.
Previo a su discurso el Papa escuchó los testimonios de el P. Juan Felipe Escobar Escobar, de la Arquidiócesis de Medellín, con 12 años de vida consagrada, relató que desde niño presenció la violencia de la guerra y quiso ser médico “para desterrar el dolor físico de la humanidad”.
Luego, la Hermana Leidy María de San José, Carmelita descalza del monasterio de la Santísima Trinidad de la Estrella, que a los 14 años descubrió su vocación, dijo que fueron valiosos “los valores cristianos recibidos en mi hogar, en el colegio y en mi comunidad parroquial”.
Por último, María Isabel Arboleda Pérez, representante de la Asociación de Madres de Sacerdotes y Seminaristas; sostuvo que “la familia es el primer semillero de vocaciones; y ahora que nuestro hijo es sacerdote, nuestra familia lo seguimos acompañando con nuestra presencia y oración”.